Nada más confidencial que hablar de lo que uno gana. Somos capaces de hablar de lo poco que pagan a los futbolistas de segunda con respecto a los de primera, de protestar por la subida de carburantes, de la inflación (cuando la había), pero no somos capaces de hablar de nuestro propio salario. Nos invade de repente una vergüenza extraña que nos impide hablar de nuestros ingresos.
Somos capaces de mentir y decir que ganamos más, o bien menos según nos convenga, con tal de no dar pistas sobre nuestra situación real. De ahí que algunos lo expresen en neto, otros en mensualidades, sin tener en cuenta las pagas extras como si no existieran, otros olvidan el bonus: “bueno es que eso no es sueldo” suelen decir justificando el olvido, y la mayoría ni siquiera recuerda los beneficios, como si carecieran de importancia. Aunque a veces les den hasta coche, parece que no computa en el total. En fin, que el deporte consiste en que no se sepa nuestra verdad. Como si alguien pudiera echarnos cuentas de lo que ganamos y lo que gastamos.
Existen numerosas maneras de expresarse según a que colectivo se pertenece. Un campesino seguramente empleará el término jornal para referirse a lo que gana, un peón de albañil, le hablará, si es que lo hace, de su sueldo, un técnico o administrativo, lo llamará salario, y un Directivo retribución o remuneración. El médico o el abogado se expresarán en términos de emolumentos u honorarios, pero todos se refieren a lo mismo: el dinero que aportan regularmente a sus casas, y que les permite, comer, vestirse, pagar hipotecas y vicios. En realidad aquí se paran las coincidencias. El peón, piensa probablemente en el importe que se lleva a casa semanalmente, es decir un importe semanal neto. El técnico sin duda se refiere a lo que aporta a casa mensualmente, y el Directivo al bruto que la empresa le da anualmente. El profesional liberal piensa más en lo que declara a hacienda.
El caso es que nadie se abre de verdad. Incluso, en mi opinión, la prensa suele criticar con más o menos fortuna, las transparencias que sobre esta materia existen. Así por ejemplo la retribución de los alcaldes, diputados y ministros, o del presidente de gobierno, son expuestos a la luz pública de forma desvergonzada, incluso a menudo utilizando artimañas para que parezcan mayores, como lo de transfórmalos en pesetas, eso sí anteponiendo el adjetivo “antiguas”… mientras nadie sabe lo que ganan esos periodistas que utilizan esos métodos. He oído por la radio por ejemplo frases como “y el ministro tal o cual gana hasta 10 veces el salario mínimo. Con una acento de vergüenza por lo que se asimila a un desfalco o algo parecido. Dicho ministro cobraría por tanto unos 6000 euros brutos mensuales o sea 72000 euros anuales. Sueldo normalito tirando a bajo o a muy bajo para un Alto Directivo de este país. Pero claro resulta que el oyente administrativo y mileurista puede sentirse escandalizado por tamaño sueldazo, y mejor contarlo de esta guisa. Sin embargo lo que el locutor o periodista no cuenta, son los muchos miles de euros que el mismo se lleva a casa como consecuencia de su salario más los porcentajes sobre publicidad que componen su retribución total. Y eso es lo que más irrita: la doble moral con la que miramos las retribuciones de unos o de otros.
Que Don Alfredo Sáenz Consejero Delegado del segundo o tercer mayor banco de mundo por beneficios, lo que supone miles de millones de euros abonados en impuestos a las cajas del estado, o sea para todos nosotros, se lleve a su propia casa unos 9 millones de euros anuales nos parece un escándalo, comentado en la prensa, en la radio, por los políticos. Pero que un jugador de fútbol, o de tenis se embolse sumas parecidas, nos parece hasta bien, y sin desmerecer la importancia social del deporte, y ni siquiera del deporte de élite, no creo que la riqueza aportada a una nación sea equivalente en ambos casos. Pienso que la prensa en general y la económica en particular debería hacer un esfuerzo por contar mejor las verdades sobre retribuciones, y pensar menos en titulares jugosos que quizás sirvan más para alimentar el escándalo pero algo menos para esclarecer el tema.
Existen en España suficientes profesionales de la retribución, suficientes consultoras y encuestas y suficiente transparencia como para contar las verdades como son, y no recurrir a exageraciones infantiles que alimentan debates estériles y falsos.
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