Mientras escribo este blog mi hija de 10 años está en IFEMA dando, con la orquesta de su colegio, un pequeño concierto. Está interpretando junto con otros 11 niños entre 9 y 11 años la conocida “Carros de fuego” con un Ipad. Sí, un Ipad. La orquesta completa está compuesta por instrumentos virtuales instalados en sendos dispositivos. Y esa maravilla me hace preguntarme qué pasará cuando compartamos despacho en la empresa familiar.

No es la primera vez que escribo un blog sobre su proceso educativo. Como gestores de empresa debemos estar al tanto de la formación de los directivos, de los empleados que se van a incorporar a nuestras filas. Y aviso, nunca ha habido un cisma tan marcado entre generaciones como la que hay entre su cerebro y el mío en tan escaso transcurso de tiempo evolutivo. No es una exageración. Está comprobado científicamente que sus conexiones neuronales se han ido adaptando a la velocidad de un entorno marcado por una tecnología voraz. Las mías siguen al ritmo de los Atari.

Mi hija es lo que Marc Prensky ha denominado una nativa digital, una niña nacida en un mundo donde todo respira electrónica. Los demás, los que llegamos a ver el “1,2,3” los viernes por la noche y sabemos lo que es el mundo sin un móvil, somos inmigrantes de esta era y pensamos, actuamos y resolvemos a otro ritmo. Lástima, porque ya estamos compartiendo mesas de reuniones y me temo que muchos de nosotros nos veremos arrollados por el proceso mental de estos jóvenes brillantes que no estudian, sino que aprenden, que no hacen sino que resuelven y que no gestionan sino que consiguen.  Es lo que les ha enseñado un desarrollo marcado por los juegos en los que había que aprender deprisa, resolver y conseguir un objetivo.  Muy capaces de reproducir con un Ipad en unas cuantas sesiones lo que en otro tiempo habrían sido años de clase de música. Ya empiezo a sentir pánico a pedirle que me haga fotocopias en su primer día en la empresa.