Con estas líneas, inicio mi presencia en la red. Confío en que sea regular en tiempo y, tal como nos recomienda José Manuel García Prada, me comprometo en cualquier caso a que sea honesta en su intención y centrada en un mensaje necesario y positivo: “hay que hacer algo”.
Vivimos en un mundo loco y desorientado, en el que lo inmediato oculta lo permanente, y la forma se impone al fondo. El poder del lenguaje es incuestionable, y el valor de las palabras valientes y sinceras puede promover voluntades e impulsar a la acción. Por eso, hay silencios que duelen, y personas que con la ausencia de sus palabras firman el tratado de la derrota. Así, surge la resignación que insiste en que nada es posible hacer, porque nada podemos cambiar.
Con las palabras se construye credibilidad y se crean posibilidades. Hay momentos críticos en que un líder se la juega, especialmente a la hora de transmitir noticias no deseadas, de opinar valiente, o de proponer planes comprometidos y controvertidas. No sólo se trata de comunicar un despido, aunque también.
Me refiero a todos esos momentos en los que a un líder le toca “crecerse”. Suelen coincidir con comunicaciones que transmiten algo que no se desea escuchar: dar feedback negativo a un colaborador; reprimir una conducta colectiva no deseada; afrontar sin dificultad el conflicto; ser asertivo con laterales y superiores jerárquicos y funcionales; expresar la opinión propia en público aun a riesgo de quedarse solo; etc.
En todas ellas, la responsabilidad y el compromiso nos exigen… ¡hablar! No saber muy bien cómo o cuándo hacerlo no puede servirnos de justificación para terminar eligiendo la peor opción de entre todas las posibles: callar. De no ser capaces de superar nuestra propia limitación, estaremos haciendo un flaco favor a quienes nos rodean, al equipo que de nosotros depende, a la organización en la que nos integramos, y… a nosotros mismos.
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