-“Dentro de mi viven dos lobos. El lobo de la avaricia, del rencor, de la animadversión, del odio. También vive el lobo de la voluntad, de la generosidad, de la ternura, del amor. Los dos lobos están en una pelea constante y luchan por sobrevivir”
-“Y qué lobo crees que ganará?”
-“Ganará sin duda aquel lobo al que más alimente”
Viejo cuento oriental
La atención es una herramienta tremendamente poderosa. Determina la actividad, la intensidad y la duración de nuestra capacidad sobre un proceso mental concreto. Es la que hace que no nos perdamos en una reunión, la que consigue que acabemos el presupuesto sin distraernos en un tiempo record, la que optimiza los resultados de una dura sesión de coaching. La atención es la que nos convierte en héroes o en villanos, según el lobo al que alimentemos cuando tenemos un conflicto interior.
TDA, el temido déficit de atención. Es un término en auge que se usa mucho en los colegios, pero sin que sea aparente, afecta a una gran cantidad de adultos. Parece que se está convirtiendo en una plaga, pero en realidad no es más que el efecto directo de demasiada información impactando constantemente sobre el cerebro. De ahí la importancia de hacerla selectiva de manera consciente. Es imposible que nuestro cerebro procese toda la información que recibe a lo largo del día y debemos convertirnos en expertos focalizadores de nuestra atención. Esto que parece una obviedad tiene muchas más miga de lo que parece.
La atención tiene dos registros: el externo y el interno. El externo es sencillo de identificar: vemos la tele o leemos el periódico. El interno es algo más complejo pero mucho más importante: nos situamos en el conflicto o en la solución, en la tranquilidad interior o en la continuidad de la preocupación. El lugar dónde situemos nuestra atención va a ser determinante para dejarnos recorrer un camino mucho más feliz y sereno. Al final la única persona que decide qué lobo alimentar somos nosotros mismos. La atención es la mano que alimenta ese lobo.
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