Hay mucho escrito de emociones, menos de sistemas sociales y, casi nada, de emociones sistémicas.
Estoy seguro de que, como yo, notas la emocionalidad de los sistemas a los que perteneces. Y no sólo de estos, también de otros en los que eres invitado o a los que llegas de casualidad.
La sistemología emocional es la disciplina que estudia las emociones de un sistema. También podríamos hablar de una especialidad, con entidad propia, dentro del enfoque sistémico. Hablamos así de sistemas complejos humanos, en todas sus vertientes: familiar, organizacional, educativo, asociativo, deportivo y un largo etcétera de posibles sistemas sociales.
Es un campo de estudio transversal a muchas ciencias, ya que los modelos y teorías en los que se sustenta provienen de campos tan dispares como la psicología, la sociología, la antropología, la filosofía, la física, la geología o la biología. Se trata, por tanto, de un enfoque ecléctico e integrador de diferentes disciplinas. Los dos grandes focos de estudio son el sistémico y el emocional, centrándonos en la interacción e influencia mutua de ambos.
Esta nueva disciplina pretende ser científica, en el sentido de poder probar los principios y leyes en los que se sustenta de una forma rigurosa y seria. Este extremo debería ser compatible con atender y estar abiertos a cualquier idea o postulado que provenga de otras corrientes y tendencias que no sean las “oficiales” o imperantes del momento.
El objetivo de la sistemología emocional es mejorar la habitabilidad emocional y la calidad de vida de un sistema, para que evolucione y madure. Se persigue, en definitiva, que los sistemas sean emocionalmente más sostenibles y ecológicos.
La sistemolología emocional se ocupa tanto del aspecto más teórico de fundamentación conceptual, como de la parte más práctica y aplicada de intervención con herramientas concretas en los sistemas. Tanto la investigación como la aplicación se harán no sólo sobre sistemas “enfermos”, inmaduros o con problemas, sino para conseguir la máxima satisfacción posible y liberar lo más que se pueda el talento de un sistema, por muy sano y evolucionado que se encuentre. El enfoque será tanto clínico como positivo, orientado tanto a sistemas enfermos como sanos y con un fuerte acento en la prevención.
¿Te imaginas que algún día esta disciplina pase a formar parte del currículum y de la formación reglada de jueces, gestores de empresas, maestros, políticos y padres, entre otros muchos?, ¿No sería interesante que llegase a ser una asignatura de muchas carreras y estudios actuales?
¿Te imaginas que algún día fuera necesario “auditar” la sostenibilidad emocional de un sistema empresarial? No solo sus cuentas y si contamina o no, sino cómo favorece el desarrollo emocional de sus miembros…
Así quizá consigamos una sociedad emocionalmente más sostenible, madura y plena, donde prevalezca la autenticidad y la plenitud sobre la apariencia y la mediocridad. Y donde se generen las condiciones que permitan liberar al máximo el talento y las inquietudes que todos tenemos.
Si cada uno aportamos nuestro pequeño granito de arena, influyendo activamente en mejorar la emocionalidad de los sistemas a los que pertenecemos, mejoraremos el mundo. ¿No es este un gran reto, querido amigo?
Para más información puedes consultar el libro Emociones colectivas: La inteligencia emocional de los equipos, publicado por Alienta en 2009.
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