La pasada semana impartí un curso de liderazgo para responsables de departamentos de una empresa dinámica y joven. Y cuando al principio pregunté sobre qué querían llevarse del curso, la mayoría me pedía recetas. ¡Recetas para liderar personas, para gestionar mejor a sus equipos, para delegar mejor, etc.!
Esto ya lo he observado en otras muchas ocasiones en los cursos de formación a directivos. Y me hace reflexionar sobre la superficialidad del mundo de la empresa, sobre el deseo inmediato de soluciones prefabricadas. En definitiva, lo que he bautizado como fast-leadership.
El fast-leadership es el que busca la satisfacción inmediata de las necesidades, sin tratar de explorar ni profundizar. A los impulsores del fast-leadership no les importan las personas, porque lo que buscan son trucos o recetas externas, cuando las soluciones están en las mismas personas que dirigen.
Otra ley del fast-leadership es el mínimo esfuerzo. Como quieren el truco mágico para motivar a sus colaboradores, ese truco debe ser, además, fácil de implantar y rápido. De lo contrario, no les vale, lo meten en el cajón de las documentaciones de los múltiples cursos de formación a los que han asistido y ahí se olvida para siempre.
Yo les dije que no había recetas. Las recetas son para la cocina, y no para motivar y desarrollar personas. Desde luego, lo primero es liderarse y desarrollarse a uno mismo, porque es el único camino para ser un auténtico líder.
Cada vez creo menos en las herramientas y más en las personas, menos en las soluciones estandarizadas y más en el aprendizaje a través del compromiso personal, menos en las recetas rápidas y más en la mejora constante e interminable.
Confianza, ética, generosidad, credibilidad, influencia. Este es el liderazgo del siglo XXI. Y estoy convencido de que no se construye con herramientas ni recetas.
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