Hasta el siglo XVI estaba claro que el mundo giraba en torno a la tierra. Así lo había dicho Platón y Aristóteles y así se desprendía de las Escrituras cuando se dice que Dios creó la Tierra y en ella y en torno a ella fue creando el resto hasta crear al hombre para, por haberlo hecho a su imagen y semejanza, colocarlo en el Centro, es decir en la Tierra.

Alguien, un tal Copérnico, se atrevió a cuestionar si la Tierra era el Centro y descubrió que no lo era. Y se armó la gorda; la revolución copernicana. Lo que ese cambio supuso y seguido suponiendo es inconmensurable no sólo desde un punto de vista astrológico/científico, sino, sobre todo, desde un punto de vista de concepción del hombre y de la vida.

Por ello, al igual que Descartes, es bueno de vez en cuando pararse y poner en la cuerda floja e inestable de la duda (e incluso negar) esas creencias “intocables”, esos supuestos “sólidos” sobre los que estamos trabajando.

Yo propongo hoy dudar de una  de las “sólidas e incuestionables verdades”: aquella que dice “lo que importa son los resultados”.

¿Os imagináis cómo cambiaría el mundo (sí, digo bien, el mundo), si dijéramos que los resultados no importan que lo que importa es el qué haces y el cómo lo haces?

Pensad por un momento ¿qué determinaría el valor de una persona, en base a qué se la valoraría en su casa, en la empresa, en la sociedad?

¿Creéis que por ello habría peores resultados? ¿Creéis que la calidad y la ética de los resultados sería la misma?

¿Habría sitio para la frustración? El foco y el esfuerzo ¿lo pondríamos en el cómo me verán o en el cómo soy? ¿Qué tendría más valor el qué tienes o el qué eres, el qué conseguiste o el qué y cómo lo estás haciendo?

¿Os imagináis tamaña revolución?

Pues bien, esta una revolución que es posible y además  tiene fundamento porque los resultados son sólo eso: resultados y sólo pueden ser cambiados si cambias el qué y/o el cómo lo haces!!!!