Durante la última semana de Octubre, he tenido ocasión de volver a dar un curso de compensación en Lima, en la universidad UPC en colaboración con la EOI. El curso se impartió a más 40 profesionales de RRHH, todos jóvenes y bien formados, con deseos de mejorar en su carrera profesional.
He podido descubrir las ganas de trabajar de estos jóvenes peruanos, el espíritu luchador, sin miedo al sacrificio que en ocasiones hemos olvidado en nuestros lares.
Gente con un solo propósito: el de aprender, una fe: la superación, un camino: el trabajo. Seguro que todos aquellos compañeros profesores que imparten clases en algún máster ejecutivo o no, recuerdan sus mejores grupos de clase con la misma fuerza y cariño que yo ahora.
Demasiadas veces vemos grupos de estudiantes que ya saben todo, conocen todo, ya han leído, ya dominan no necesitan aprender.
En mi caso por tercera vez en Perú, he redescubierto esta faceta del grupo de estudiantes entrañable al que aprender le cuesta igual que a otros, que sabe que sin esfuerzo no hay resultados.
Pero aprovechando mi último día de estancia en la hermosa capital peruana he visitado alguno de sus enormes centros comerciales similares a los que nos encontramos por Europa. Sin embargo en este caso me he quedado sorprendido por el empuje comercial, la actividad frenética aquí desarrollada.
Como en muchos de nuestros centros, aprovechando cualquier metro cuadrado, han transformado las plazas o rincones interiores de dichos centros en mini concesionarios de automóviles mostrando a todo paseante, una pequeña exposición de automóviles, con todas las últimas novedades. Es verdad que no suelen ser rutilantes 4×4, ni marcas alemanas de lujo, sino mas bien utilitarios coreanos japoneses o chinos. Pero lo que me llamó la atención, fue que en cada plazoleta del centro comercial había tres o cuatro coches expuestos, y había también tres o cuatro vendedores y no precisamente sentados a la espera de algún posible cliente sino apoyado en un mesa de bar improvisada, o dentro del vehículo en los asientos traseros, haciendo números sobre las cuotas a pagar, calculando precios de las versiones existentes. Y además, otros clientes afuera mirando y remirando el ansiado coche, esperando su turno.
Hacía tiempo que no veía tal a actividad comercial. Tantas ganas de adquirir productos nuevos, tal interés por consumir. Restaurantes llenos, tiendas llenas, colas en los cines, hasta librerías y supermercados abarrotados… Volví a descubrir lo que es vivir sin crisis, y me acordé, y me dió envidia sana.
Y pensé que con estas ganas de progresar de los jóvenes profesionales y con esta actividad comercial, el Pueblo peruano está condenado… al éxito.
De lo cual me alegré, miré la hora, y tomé un taxi hacia el aeropuerto de vuelta a Madrid.
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