Me decía un directivo que había vivido gran parte de su vida profesional en diferentes países y con el que tuve la oportunidad de trabajar, que era curioso ver cómo según la historia y cultura de los sitios donde vivió y trabajó, se castigaban más los pecados acción que los de omisión.
Me contaba como en las culturas más anglosajonas había observado que se consideraban mucho peor aquellas faltas relacionadas con lo que se debería haber hecho y por omisión no se había realizado por diferentes motivos como la comodidad, apatía, desinterés, falta de implicación o coraje. En definitiva lo peor visto eran aquellas cosas relacionadas con los pecados de omisión.
Sin embargo, en otras culturas más latinas su percepción era muy distinta y lo que se penalizaba más, tenía que ver con las cosas que se habían hecho pero que los demás, en especial los superiores, consideraban que no debían ni haberse intentado y que atentaban contra la jerarquía y el orden establecido, es decir los pecados de acción.
Es curioso ver cómo desde diferentes perspectivas consideramos y valoramos los mismos hechos de forma muy distinta.
Particularmente he recordado muchas veces esta reflexión, quizás por la naturaleza de mi trabajo, el desarrollo de profesionales y las organizaciones, y la he podido constatar en muchas ocasiones.
He visto profesionales que no se conforman y exploran otras alternativas quizás más difíciles y valientes pero que conectan directamente con sus necesidades más vitales, situaciones y motivaciones y sin embargo son criticados sin piedad por muchos otros que se limitan a ver desde la barrera, sin arriesgar nada, aferrándose a lo conseguido aunque ésto sea en el fondo muy poco satisfactorio para ellos.
Es cierto que debemos respetar lo que cada uno valora y decide hacer o simplemente no hacer, pero nuestro desarrollo no es un camino ni fácil ni directo, porque las cosas importantes nunca lo son.
Crecer profesionalmente tiene mucho de acción y poco de omisión, significa reflexionar sobre circunstancias propias profesionales e identificar dónde estoy y dónde me gustaría estar, abrir diferentes escenarios y explorar, reenfocar el posicionamiento a medio plazo y provocar compromisos de acción a corto plazo con una visión amplia.
Se trata de conocer lo que me mueve y me importa, lo que quiero, aquello con lo que cuento y empezar a definir diferentes posibilidades. Significa poner en práctica, probar, aprender y reenfocar.
Los pasos a dar implican focalización, planificación, disciplina y amplitud de miras y sobre todo compromiso con el propio desarrollo para pasar a tener una actitud protagonista.
Particularmente pienso que a nuestro recorrido profesional le van más los pecados de acción que los de omisión, aunque de todos hay que tener.… ¿cómo pecas tú?.
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