Recientemente, el director de una empresa me decía que tenía miedo de empezar el proceso de coaching que había contratado. Tenía miedo de no estar a la altura, de no aprovechar al máximo esa importante inversión. Tenía miedo de que surgieran obstáculos o frenos dentro de sí mismo que no conocía (o sí).
Sin embargo, a pesar de ese miedo, estaba ilusionado. Y yo me pregunto ¿Existe alguna conexión entre el miedo y la ilusión? Quizás sí. Por lo menos, en el ámbito del desarrollo profesional y personal hay una relación evidente.
Cuando nos arriesgamos, cuando tomamos decisiones incómodas pero necesarias, sentimos miedo porque pensamos que existe la posibilidad del fracaso, y de las consecuencias de dicho fracaso.
Pero al mismo tiempo, nos sentimos vivos. Porque sabemos que estamos creciendo a través de esas decisiones difíciles, que estamos superando nuestros propios límites, que estamos avanzando hacia nuestros objetivos. Y esa es la esencia de la ilusión.
Si hacemos lo que está previsto, lo que nos resulta más cómodo, lo que se espera de nosotros, entraremos en una dinámica de conformismo y falta de motivación. Todos necesitamos retos, metas que nos hagan sentir miedo. Precisamente lo necesitamos para sentirnos vivos. En cualquier nivel profesional, en cualquier momento de nuestra carrera.
Lo bueno es que esto depende de nosotros. Acostumbrarnos a salir de nuestra zona de confort y hacer frecuentemente cosas que nos den miedo depende de nosotros.
Se trata de comprometernos con nosotros mismos con una actitud valiente y desafiante. Aunque a veces nos equivoquemos, lo cual es inevitable e incluso necesario, tener esta actitud es garantizarnos motivación, emoción y creatividad sin fin.
En lugar de huir de lo que nos da miedo, vayamos hacia ello. Lo más probable es que cuando nos introduzcamos en la oscuridad, no nos parezca tan oscuro todo. Igual que cuando entramos en una habitación a oscuras. Al principio, no vemos nada, pero al cabo de unos segundos, empezamos a ver más y más claro.
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